XVII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
5 DE JULIO
Lorena Rodríguez Durán
Martes. 22:35 de la noche. Se bajó del tren en la estación de Pamplona. Llovía, y no había taxis en la parada. Le habían dicho que el autobús urbano la acercaría hasta el centro. Una tal villaviesa o bellavisa…vamos, un autobús verde y blanco.
Mientras lo esperaba, sacó del bolsillo la dirección de la pensión. Calle del Carmen 25 2ºizq. De repente, una gota de lluvia cayó sobre el papel emborronando la tinta. “A partir de ahora toca tirar de memoria”, pensó.
La maleta pesaba como un demonio. “Demasiados porsicacasos”, volvió a pensar.
Cuando por fin llegó el autobús, esbozó una tímida sonrisa al conductor que se la devolvió a pesar de su vista cansada por la lluvia y las horas al volante.
Cuando bajó del autobús todo estaba en calma. La lluvia caía con fuerza. Los pocos transeúntes que se veían corrían a refugiarse.
Ya en la pensión, se sentó en la cama y se quitó los zapatos mojados.
Evocó de nuevo las palabras de él en su cabeza: “Yo en Sanfermines siempre voy a trabajar a Pamplona. Es muy duro, pero pagan bien.”
“Mañana es 6 de Julio”, pensó. “Tengo 9 días para encontrarle. Si quiere le pondremos Fermín. Como su padre”.
PROMESA DE ROJO Y BLANCO
Lucas Leva
Hay una melodía que suena solo una vez al año, cargada de emoción, adrenalina y recuerdos. No la tocan guitarras ni gaitas. La tocan los pasos de cientos de hombres sobre piedra viva, el aliento ardiente de toros y el júbilo que estalla en cada esquina, cada mañana.
Pamplona despierta vestida de flor junto al sol, con olor a pan recién horneado, vino joven y algo… más antiguo que el tiempo: la promesa. El chupinazo rompe el cielo como una carcajada encendida, que se cuela por las calles como un río de risas y gozo sin fin.
Pañuelos al cuello, rojos como el vino que están por beber. Camisa blanca, como la esperanza de un nuevo comienzo. Allí están los mozos, con los ojos en llamas y el alma ligera. Corre el muchacho con paso veloz. No corre del toro… no. Corre con Dios. Se planta como un gladiador, con valía, para quienes aplauden desde los balcones por él.
San Fermín los observa con ojos de historia. No juzga. Conoce la gloria. ¡Patrón y cantor! Hoy no te rezamos, te hacemos honor. La copa alzada, la peña cantando, y el cielo en fuegos que recuerdan: San Fermín es alma del pueblo, sangre y amor.
EL SUEÑO DE UNA FIESTA
Lucia Alcázar Lara
Llegaron por la tarde a Pamplona. Compraron unas chaquetas blancas y unos pañuelos rojos para el cuello, para ir a juego con la gente que ya llenaba las calles. No tardaron en integrarse en el ambiente que ya se vivía de fiesta, con gente saliendo y entrando de bares, donde el vino corría, y la gente entablaba conversación con cualquiera, aunque no lo conociera de nada. La noche se iluminó con los fuegos artificiales. A las siete de la mañana, Luisa y Margarita estaban tomando churros junto a dos jóvenes, con los que habían bebido, reído y cantado una parte de la noche. Uno de ellos, que había hecho amistad con Margarita, quería correr delante de los toros. Le desearon buena suerte y prometieron hacerle una buena foto. Encontraron un hueco en una de las calles. No tuvieron que esperar mucho para ver a un grupo compacto de mozos corriendo por la calle, después aparecieron los toros, acompañados de los cabestros. Detrás, más mozos. Se escucharon gritos, pitos y tambores. Un toro rezagado se salió de la curva. Margarita gritó. Luisa se despertó sobresaltada en su habitación. Todo había sido un sueño. Tal vez, algún día, aquel sueño se convertiría en un recuerdo real.
LO MÁS IMPORTANTE
Luis Uriarte Montero
Esa mañana de encierro, quería lanzarse en la calle Estafeta contra los morlacos, su compañera a la que había conocido en el baile de las Alpargatas había muerto de cáncer. Había sido todo para él desde que se conocieran en la fiesta universal. Cuando intentó acercarse al lugar, en la barrera, una persona se desvaneció, se ahogaba, le insufló el aire vital y con un masaje cardíaco, se reanimó, le sonrió y de pronto, se quedó con él, hasta que se apercibió que tenía la mirada perdida porque era ciego; le dijo que le encantaba oír todo lo que significaba una carrera en la calle más importante de Pamplona para los encierros: los gritos, el miedo, el sudor, se le fijaban en su cerebro ciego. En ese momento, valoró lo que era el milagro de estar vivo y su secreto arcano.