Las mismas veces que quiso pulsar INTRO, al final le dio al SUPR. Tantas como se dio la vuelta a mitad del pasillo.
Ayer pulso INTRO entre temblorosa y empoderada… no hubo respuesta.
La historia la escriben las vencedoras pero ella no hace caso. Es más fácil recoger el honor que cae de golpe que el que se esparce poco a poco.
Su propia rabia la humilla, es la peor derrota que siente. Cuando camina rara por el mundo, nadie entiende que está armada luchando en otro universo, uno que tiene fondos épicos y mucho fuego. Su ella bella contra su ella fea.
La historia la escriben las personas vencedoras pero ella no hace caso. No te vio venir y te la comiste. No te supo entender y la ataste. No te quiso ignorar y la ninguneaste. La rabia es la derrota que más siente porque la convierte en la perdedora de los combates.
En una cantidad casi imperceptible pero esencial para variar el sabor y la actitud de un cuerpo. Personas que aguachinan y personas que potencian. Necesito que sigas siendo sal.
Se escucharán las risas en las plazas, flotará la imaginación y se asomarán las emociones. Llega ZaragozaClown a las calles de Zaragoza.
Para mí quedará, además, el recuerdo de un momento: una caja en el salón, una niña con la ilusión recién estrenada y un artista capaz de hacer visible lo intangible. Pequeña Elena, eres muy grande. Me siento afortunada porque puedo estar cerca de ti.
Rueda como bola en un tobogán y toca cada parte de mi cuerpo. La rabia despierta cuando escucho tu nombre. Y crea insultos en mi boca, y eclipsa los paisajes, y silencia la música. Mi rabia mala tiene cuerpo pequeño, cuchillos en las manos y una boca muy abierta. Desea tempestades. Mi rabia pequeña me agota, empaña mi imaginación y borra mi danza. Me alegro de conocerte, rabia, para calmarte a tiempo y para que no rompas nada.
De vez en cuando visito la casa en la que nació mi madre. Un viejo “mas” en medio de las ricas tierras del Guadalope. En la pared del cuarto del “hogar”, grabado en el yeso, se puede leer “a mi madre le duele la cabeza”. No tendría más de 7 años aquella Mercedes que pasaba las horas inventando historias junto a su perro “Clavel” y que se preocupaba, con dolor, por la jaquecosa cabeza de mi abuela Carmen.
Hoy he sentido el impulso de escribir en mi twitter “Por fin ya no me duele la cabeza”. Lo he escrito con la misma fuerza que usó mi madre para grabar en la pared su frase y he imaginado aquella escena en la Val de Zail. No me extraña que, decenas de años después, mi madre se entregara como cuidadora, quizá podía hacer lo que de niña no pudo.
Pienso en los dolores de cabeza sin ibuprofenos, sin paracetamoles, sin pastillazos, sin fisioterapeutas, sin respuestas a los por qué y sin homeopatía (que la vida en el campo daba para lo mínimo). Se me ponen los ojos vidriosos al pensar en la dureza de aquella vida, simple pero no sencilla. La próxima vez, prometo quejarme lo menos posible e imaginarme compartiendo cuidados y consejos.
El poder de la mente podía atravesar los muros insulsos de la habitación. Cerró los ojos y comenzó a imaginar mariposas fantásticas que serían sus oídos, sus ojos y su piel en el exterior. Plasmó sus sentidos en sus alas y las dejó libres. Tenían el tamaño exacto para poder salir y entrar por la rendija del respiradero. Las pequeñas corresponsales le hicieron saber que fuera, de momento, todo estaba bien.
(Foto de Toño Zarralanga)




