Jürgen descendió de la capsula en el centro de la plataforma, a un
costado de la sala de navegación.
Lörgeer, el primer oficial a cargo de la navegación, lo miró
con atención durante un momento, un tanto sorprendido por la burda casaca de
piel que cubría el torso sucio de Jürgen.
—Esta vez te ha llevado casi un mes, Jürgen. Espero que haya
valido la pena. Estás hecho un desastre.
—Tenía mucho que explorar, Lörgeer. Valorar correctamente un
nuevo mundo no es algo que deba tomarse a la ligera —respondió Jürgen mientras
bajaba de la plataforma y se desprendía del saco que llevaba en la espalda.
—No lo dudo. Lo único que cuestiono es ese método tan poco
ortodoxo que tienes para explorar. Tenemos autopods, planeadores atmosféricos,
hovercrafts graviticos. Iincluso tenemos las sondas holográficas, que pueden
reproducir dentro de la nave cualquier zona del planeta que desees.
—Lo sé, pero ni sobrevolar a Mach 5 ni moverse a través de
un holograma podrá compararse nunca con recorrer una tierra como lo ha hecho el
hombre desde el alba de los tiempos —replicó Jürgen mientras se dirigía hacia
su camarote.
—Como tú digas. Al fin y al cabo, eres tú el que regresa tan
bronceado como un zarek. Parece que hubieras estado flotando alrededor de una
enana blanca —dijo Lörgeer, volviendo a sus controles—. Por cierto, Wödan ha
estado llamando cada seis horas durante los últimos tres días. ¿Qué quieres que
le diga?
—Solo dile que mi informe estará listo en un par de días.
Mientras tanto, puede seguir molestando a otro explorador menos agotado
—respondió Jürgen desde el pasillo que comunicaba con los compartimientos de la
tripulación.
Bew Jürgen era el explorador en jefe de una de las muchas
expediciones que el Núcleo enviaba por toda la galaxia. Su trabajo consistía,
básicamente, en analizar, catalogar y emitir un informe sobre los exoplanetas
encontrados en el sector que le fuera asignado.
Lo que hacía diferente a Jürgen de la mayoría de los
exploradores en jefe —como su primer oficial hacía notar constantemente— era la
forma en que llevaba a cabo su labor. Los protocolos establecían los métodos a
seguir, casi todos automatizados, y estos eran cumplidos al pie de la letra.
Pero una vez terminados y los resultados emitidos, Jürgen tenía completa
autoridad para hacer lo que considerara necesario.
No era raro que pasara una o dos semanas en un planeta,
solo, sin más equipamiento que unas cuantas herramientas reglamentarias que
siempre llevaba en un bolso cuasi-indestructible, equipo oficial de cualquier
explorador del Núcleo. A veces se metía en serios problemas, pero siempre podía
regresar a la nave en cualquier momento gracias a una cápsula de emergencia que
lo seguía en todo momento en una órbita baja. Muy pocas veces esto era
necesario, ya que los planetas asignados a una expedición exploradora carecían
invariablemente de vida inteligente. Esos mundos eran dejados para otro tipo de
expediciones, llamadas "de Contacto", una división completamente
diferente del Núcleo.
La cantidad y variedad de exoplanetas habitables era enorme,
pero aun así, era raro encontrar planetas como Corillion. Tenía todas las
ventajas de un planeta terraformado y casi ninguna de sus desventajas. Había
muchos planetas similares en la galaxia, pero Jürgen nunca había encontrado uno
tan hermoso. Fue por ello por lo que no le costó tomar su decisión.
Un explorador no era un simple miembro más del Núcleo. Hacía
mucho tiempo, los exploradores salvaron a la raza humana de la aniquilación por
sobrepoblación. Fueron los primeros en viajar al espacio y aventurarse en
nuevos planetas. Los métodos de exploración en esa época eran burdos e
ineficientes, y solo uno de cada cuatro exploradores sobrevivía. Aun así,
lograron encontrar nuevos mundos, y la humanidad pudo expandirse por la galaxia.
Fue así como los exploradores alcanzaron un elevado rango
dentro de la jerarquía espacial. Su trabajo, aunque ya no tan peligroso como en
el pasado, seguía teniendo sus bemoles. Pero las recompensas y compensaciones
eran igualmente elevadas. Sus veredictos, por ejemplo, eran inapelables. La
palabra de un explorador en cuanto a las recomendaciones de los planetas que exploraban
era ley. La civilización galáctica agrupada bajo el Núcleo lo sabía y lo
respetaba.
Jürgen entró en su cubículo de espartana funcionalidad. En él,
una unidad regenerativa hacía las veces de cama y medikit, una pequeña mesa con
tres sillas y una terminal del ordenador principal. Una pared completa era una
pantalla que en ese momento mostraba un hermoso globo brillante de color
azul-morado flotando en un mar de estrellas. La escena hubiera sido incómoda
para alguien no habituado a las imágenes holográficas. Era inquietante estar en
una habitación con tres paredes sólidas y una cuarta que daba directamente al
abismo negro del universo. Sus ropas, gastadas y sucias, contrastaban
fuertemente con el brillante metal y la suavidad lechosa del plástico que
conformaba su habitáculo. Se desnudó y se dio un baño químico, para luego
someterse a una cascada de rayos ultravioleta, que acentuó aún más su
bronceado. Finalmente, se enfundó en un sencillo mono azul marino, distintivo
de los exploradores.
Cuando se disponía a ordenar la información que había
recopilado para rendir su informe al Núcleo, llamaron a la puerta. Era Lörgeer.
Sin esperar una respuesta, abrió y entró en la habitación. Se acercó a una
silla y se sentó, con los brazos cruzados.
—Jürgen, creo que deberías pensarlo mejor —dijo, preocupado.
—¿Pensar mejor qué cosa? —respondió Jürgen, distraído,
mientras se sentaba en otra silla.
—Tu informe. Estoy seguro de que piensas vetar a Corillion.
No creo que sea justo.
Jürgen miró interesado a Lörgeer, levantó una ceja y
preguntó:
—¿Justo para quién?
—Para el Núcleo, para la Expansión, para todos nosotros.
Creo que es un poco egoísta de tu parte. O tal vez muy egoísta. Corillion es un
mundo perfecto para el Núcleo; no necesita terraformación. Prácticamente, solo
tenemos que llegar y establecernos. Oportunidades como estas se dan muy pocas
veces. Sé muy bien de tus privilegios como explorador en jefe, pero te pido que
lo reconsideres.
Jürgen entrecerró los ojos, como lo había hecho tantas veces
al mirar los explosivos crepúsculos de Corillion. Luego se inclinó hacia
adelante en su silla y miró directamente a Lörgeer.
—Te voy a contar una historia. No sé si hayas escuchado
sobre Altair 9, o mejor dicho, sobre Trevanya.
—En la academia vimos algo al respecto, pero mis intereses
en esa época estaban en otro lado —respondió Lörgeer, un tanto avergonzado.
—Está bien, no importa. Es historia antigua, de los
comienzos de la Expansión. Trevanya era un planeta muy similar a Corillion.
Orbitaba alrededor de Altair 9, a unos cientos de pársecs del Sol. Los
exploradores lo encontraron cuando en la Tierra aún reinaba la histeria de la
sobrepoblación y la sobreexplotación de los recursos naturales. Para ese
entonces ya había unos cuantos planetas habitados, los de la primera ola
colonizadora. Pero eran planetas agrestes, inhóspitos. Terraformarlos era duro,
peligroso y, sobre todo, requería mucho tiempo. Trevanya fue como un regalo de
las estrellas.
Cuando los hombres llegaron a él, se maravillaron ante su
belleza y sus hermosas diferencias con la ya sobrecargada y —francamente— poco
atractiva Tierra. Y lo colonizaron. Al principio llegó una cantidad
relativamente pequeña de colonos. Trataron de respetar el equilibrio natural
del planeta. El problema comenzó cuando llegaron cada vez más personas a
Trevanya, atraídas por la promesa de una tierra nueva y maravillosa. El planeta
fue cediendo terreno poco a poco, hasta que llegó un momento en que hubo que tomar
una decisión: o se frenaba la expansión, o Trevanya se convertiría en una nueva
Tierra.
Como era de esperar, la opinión pública se dividió en
facciones. Los más extremistas abogaban por la completa industrialización del
planeta, proponiendo la maximización de los cultivos hidropónicos y la
desecación de océanos para la extracción de minerales. Los conservadores —en su
mayoría descendientes de los primeros colonizadores, que sentían un deber
proteger el planeta— proponían una política de migración hacia los nuevos
mundos que, para ese entonces, los exploradores del Núcleo habían encontrado.
Como ninguno de estos planetas tenía las condiciones ideales de Trevanya, la
discusión llegó a un punto muerto.
La historia, en este punto, se vuelve poco confiable. Se
dice que algunos de los más reaccionarios de ambos bandos —incluso se habla de
intereses ajenos a estos— decidieron llevar al extremo la filosofía de Salomón.
—¿Quién? —preguntó Lörgeer, confundido.
—No importa. Decía que los registros se vuelven confusos. Al
parecer fueron reescritos una y otra vez, seguramente para convertir en héroes
a villanos y viceversa. Lo importante es que, en un momento dado, alguien
decidió que si Trevanya no era de ellos —quienesquiera que fueran— en sus
términos, no lo sería de nadie.
—Pero eso es ridículo. Estamos hablando de un planeta
entero, no de un asteroide o un satélite—replicó Lörgeer.
—Aquellos eran tiempos de locura. A nuestros ojos, que han
visto mejores días, nos parece descabellado. Pero para ellos, eran tiempos que
pedían medidas desesperadas, aunque estas estuvieran basadas en decisiones
incorrectas. Lo que se pudo sacar en claro de los registros que se pudieron
rescatar es que, de algún modo, volvieron al planeta inhabitable.
Radiactivamente inhabitable.
—¿Cómo lograron algo así? ¿Ojivas termonucleares? ¿De litio?
—No. Al parecer usaron algún tipo de acelerador nuclear, o
varios, alrededor de todo el planeta. Aceleraron e incrementaron la
radiactividad de los elementos pesados de la corteza del planeta. El cambio fue
gradual; no eran asesinos. Tuvieron suficiente tiempo para abandonar el planeta
y dispersarse por los nuevos mundos. Y luego pasó algo curioso. Se creó una
especie de tabú, ya que nadie habló de lo que ocurrió. Supongo que la vergüenza
que les producía el haber sido expulsados nuevamente del paraíso —y esta vez
por su propia mano— contribuyó a su silencio. Ahora Trevanya es un mundo muerto
y reseco que brilla con un leve fulgor mortalmente radiactivo. Y así seguirá.
Jürgen miró pensativo hacia la pantalla, donde el globo
luminoso seguía su curso inalterable a través del espacio, ajeno a los
problemas de los humanos.
—Es una historia triste —replicó Lörgeer—. Pero sigo sin ver
la relación de todo ello con Corillion y tu veto. Ya no estamos en esos días.
Esa locura ha sido extirpada. Ahora los hombres comprenden y valoran los mundos
y su ecología. Como tú, por ejemplo.
—Es sencillo —contestó Jürgen, saliendo de sus pensamientos—.
La humanidad muestra un patrón, eso lo saben los estudiosos de las dinámicas
sociales desde hace miles de años. Ni toda la adaptación que hemos tenido
durante los siglos de la Expansión ni el explosivo desarrollo que hemos vivido
bajo el Núcleo pueden contrarrestar el condicionamiento genético que hemos
sobrellevado durante millones de años. El ser humano es gregario por
naturaleza. Salvo casos aislados, se siente desvalido si no está rodeado por
sus semejantes. En muchos casos, ha llevado esta necesidad de compañía hasta
extremos psicóticos. Los mundos del sector Palladrian, por ejemplo, son
auténticas colmenas humanas, aun teniendo terreno suficiente como para, si así
lo quisieran, tener que viajar kilómetros para ver a un semejante.
Cuando el hombre, guiado por su instinto nómada, curiosidad
o incluso necesidad, encuentra nuevas tierras más allá del horizonte, cae en
los mismos errores que ha cometido durante toda su historia. Ese es el
problema: el hombre, en lugar de adaptarse al medio —como lo hizo cuando
comenzó a andar en dos piernas— hace que el medio se adapte a él. Y esto no es
solo en términos ecológicos; el hombre incluso hace que el medio se adapte
psicológicamente a él. ¿Cómo lo hace? Sencillo: en cuanto dispone de los medios,
reproduce casi al pie de la letra todas las condiciones sociales del ambiente
del que emigró. Esto lo podemos ver en la historia de la misma Tierra. ¿Qué
hicieron los ingleses cuando cruzaron el Atlántico? Mataron indígenas,
exportaron esclavos y comenzaron a vivir emulando las costumbres del lugar de
donde venían. ¿Qué hicieron los españoles en América? Mataron indígenas,
exportaron sus creencias y construyeron ciudades que eran copias al carbón de
las de su país de origen. ¿Y qué hicieron en Trevanya? El hombre se llevó toda
su mezquindad e inequidades y acabó destruyendo un mundo perfecto. Esta es la
naturaleza del hombre, pero eso no significa que no debamos —si está en
nuestras manos— hacer algo para romper con ese patrón.
—Lo que dices tiene sentido —dijo Lörgeer—. Pero creo que
Corillion sigue siendo un caso extraordinario. Si en tu informe recomiendas que
se establezcan protocolos de colonización en los que se tenga como prioridad la
conservación del ecosistema en su estado natural, estoy seguro de que nunca se
llegarán a extremos tan desagradables. Como ya dije, estos son otros tiempos.
La colonización ya no es una prioridad para el Núcleo. Las exploraciones con el
simple fin de investigación pura o de localización de depósitos de materiales
escasos son cada día más comunes. Incluso las nuevas técnicas de
terraformación, baratas y al alcance de cualquier economía, hacen que la
búsqueda de planetas ecológicamente viables por naturaleza no sea tan
importante. Corillion sería un parque de recreo, por decirlo de alguna manera
—Lörgeer se recostó en la silla y cruzó los brazos tras su cabeza.
—Ese es el problema —replicó Jürgen—. Al principio será como
dices, un parque de recreo, con unas cuantas poblaciones para adinerados o
altos funcionarios del Núcleo. Pero poco a poco, más adinerados y más
funcionarios querrán su tajada. Tú no lo puedes asegurar porque no has estado
ahí. No has visto esos atardeceres con las dos lunas enmarcando el enorme sol.
No has caminado por sus praderas tapizadas con terciopelo verde y naranja. No
has admirado las auroras boreales desde la punta de sus montañas cortadas a
pico. Corillion es un mundo hermoso. Lo sé, estuve ahí. Y por eso te puedo
asegurar que, si no proclamo un veto, un día se convertirá en otra cosa, algo
que nada tendrá que ver con su realidad presente. Los viejos habitantes,
movidos por la codicia, la presunción o simplemente por esa necesidad de
comunidad —aunque sea reducida— irán acotando el planeta cada vez más. Se
preguntarán: "¿Para qué mantener todo un mundo virgen cuando podemos
conservar solo la mitad de él en ese estado?" "¡Vengan y admiren cómo
el hombre ha sojuzgado una vez más a la naturaleza!" Y después de un
tiempo, cuando se sientan más presionados y su necesidad de presumir su
posesión crezca de nuevo, dirán: "¿Y por qué conservar medio planeta
virgen? Con unos millones de hectáreas es suficiente". Y así, poco a poco,
hasta que Corillion no sea más que un parque de diversiones, un jardín, una
parodia de lo que alguna vez fue. Sometida su ecología y su espíritu, quebradas
sus raíces y sepultada su belleza bajo la férrea y homogeneizadora mano
colonizadora del Núcleo. No, Lörgeer. No permitiré eso.
—Debo reconocer que tu razonamiento es válido —dijo Lörgeer
con un suspiro—. Además, sabes bien que siendo explorador en jefe tu dictamen
es inapelable. Lo que tú decidas, será. Y confío en ti. Así que no hablaré más
del tema.
—Créeme, es lo mejor. Además, con los adelantos en cuanto a
las técnicas de terraformación, como tú mismo dijiste, el costo de convertir un
planeta yermo en algo que se ajuste a los estándares humanos es risible. No hay
necesidad de manosear un planeta como Corillion —dijo Jürgen, levantándose y
dirigiéndose hacia la consola—. Ahora bien, largo de aquí. Tengo que comenzar
mi informe. Te veré en la sala de oficiales en un rato. Y dile a Beörl que me
guarde algo de esa botella de Lakaria. Quién sabe cuándo regresemos a ese
planeta de magníficos y simpáticos borrachos.
—Está bien. Y si Wödan llama de nuevo, por fin podré darle
una respuesta que no lo haga enrojecer —dijo Lörgeer mientras salía y cerraba
la puerta.
Jürgen se dirigió hacia la consola y activó un par de
controles. Comenzó a dictar:
Cargo: Explorador en Jefe Bew Jürgen.
Nave: TS Wotan. Sección: 42-Türgell del Consejo de Exploración del
Núcleo.
Destino: Brazo Espiral Proteus. Cuadrante 84-126IS.
Tarea: Evaluar, clasificar y emitir recomendación y/o veredicto
sobre Cuarto Planeta, Estrella G3, en Zona ecológica viable. Sin Vida
Inteligente indígena.
Comentarios:
El planeta es ecológicamente viable para sustentar vida
humana sin requerir terraformación. Observaciones personales [clasificadas bajo
el Código ER23 de la Comisión Exploradora del Núcleo] determinan el veto
definitivo e inapelable del planeta. Ninguna actividad colonizadora y/o
patrullas expedicionarias serán autorizadas. El veto no prescribe ni puede ser
anulado. Se solicita la movilización de estaciones orbitales automatizadas de
vigilancia para tal efecto.
Jürgen interrumpió la grabación y se recostó en la silla,
pensativo. Si bien las razones que le había dado a Lörgeer eran válidas y
sinceras, había una más.
Hace miles de años, cuando el ser humano aún no había salido
del planeta madre, había hombres que atesoraban joyas, específicamente,
diamantes. Algunos lo hacían por avaricia, poder y codicia, sin preocuparse por
la belleza de estos. Solamente los miraban como artículos con un valor
determinado por el mercado. Había hombres que eran dueños de muchísimos
diamantes y jamás se detenían a mirarlos. En cambio, había otros, unos pocos,
que apreciaban esas joyas por su valor intrínseco, por su belleza pura. Para ellos,
tenían un valor que no podía ser comparado con nada material. Hombres que
admiraban una joya solo por lo que era: un objeto único e irrepetible que
simbolizaba la belleza.
Y para Jürgen, la analogía ni siquiera era correcta. Un
diamante era tallado para obtener más de él. Su belleza, aunque impresionante,
no dejaba de ser prefabricada según los cánones del hombre. En todo caso, era como
si se compararan diamantes con granos de arena. Y para Jürgen, Corillion era un
grano de arena, una pequeña partícula inalterada y pura.
Y nadie, jamás, podría ver con malos ojos que un hombre
atesorara y protegiera un pequeño grano de arena perdido en la inmensidad de
una solitaria playa.
Jürgen caminó de nuevo hacia la pantalla de observación. Una
hermosa esfera azul-morada brillaba surcada por hilos de plata. A un costado,
dos pequeños puntos cruzaban majestuosamente sus cielos. Su atmosfera era
rodeada por un halo de crepúsculos que lo teñían todo de tonalidades violetas.
Un pequeño grano de arena flotando en la silenciosa majestuosidad de un mar
rebosante de luz.
Jürgen sonrió.
Fin.