«¡Chiguitos, venid a comer!» es posiblemente la primera frase que recuerdo y es verano, son días en el pueblo, mis abuelos a los mandos, dos hermanos, únicos nietos por entonces. Es verano y la cosa va entre acudir a la plaza al reclamo del claxon del pescadero y su Cirila azul para recoger el pescado; los gritos del melonero «a cala y a prueba», el ruido de la furgoneta del Tatita y ese olor a pan candeal reciente, el olor a leche recién ordeñada en casa de la Señora Lourdes. El sabor de la nata que creaba esa leche después de hervida..
Son días de siesta obligada, de vino con agua, merienda de rebanada de pan, del día anterior siempre, con vino y azúcar, de comer a escondidas leche condensada, de leche migada, de tostadas fritas en manteca, de lenguadinas y bacaladillas fritas, de congrio guisado, de ensalada de la Loli, de judías verdes con refrito, de sopas de ajo, de tortilla de patata y alguna tajada de lomo en olla, chorizo de matanza, arroz con leche , zaraguaciles, higos, giganteas, zanahorias robadas a Gilberto,…, ¡De bocadillo de tortilla francesa con rodajas de tomate! .
Mi siguiente recuerdo es el chicharro al horno con patatas de Aurelia, el cocido y esa sopa, las tartas de manzana, el bacalao con tomate… Aquí me detengo. De adolescente odiaba la paella -mi madre accedió a dármela en sopa- la coliflor, la lombarda, y el bacalao. Soy de esa generación del «si no lo comes será para la cena, para el desayuno…». Ahora sueño con el día del cumpleaños de Sabino porque mi madre hará bacalao y untaré hasta los dedos, sueño con que mi madre haya hecho chipirones en su tinta o conejo guisado con picada, mi comida preferida.
Pero si hay algo es el olor, conservo olores, imágenes de las mujeres de la familia cocinando; ruidos, el de los sarmientos crepitando cuando arrancaban a arder y se colocaba una parrilla hecha de un somier viejo, en la era, cada verano, ese olor que desprendían las chuletillas de lechazo.
Hay imágenes que siempre me costaron más como la de la matanza del cerdo una vez al año, la de los conejos. Aún así ese olor a chichurro, a morcilla, a adobo de chorizo, a gijas, a tripas limpiándose..
Cómo no recordar el primer fondo oscuro de la escuela de cocina, el olor a huesos tostados, el vino tinto y el Marsala reduciendo en la chapa ardiendo…
El primer escabeche que hice, mi pasión por esta elaboración.
El olor en el Bulli. Aquel día que entré a hacer la temporada y cocían moluscos en agua de mar. La cocina olía a mar, dulce, a fritura limpia donde se preparaban chips de loto, yuca,…Olía a avellanas tostadas, a humo, …
Y también sabía a veces a salado de las lágrimas por mi incapacidad para llegar al servicio, preparado, de la alegría al escuchar al otro lado a Rita -en 8 meses nos vimos 3 días-… (Ñoño pero fue así y ese sufrimiento va con el oficio y es una llaga. «
La cocina me ha dado muchas alegrías, grandes agobios y muy pocas ganas de volver a ella.
La panadería me ha dado más: autoestima. El olor a pan, a fermentación; la imagen del pan creciendo en el horno….
Y esas cosas y otras tantas que tampoco son espectaculares pero que son mis recuerdos.
Abrazo Carlos.







