Lo que le conté a Carlos. El antes.

«¡Chiguitos, venid a comer!» es posiblemente la primera frase que recuerdo y es verano, son días en el pueblo, mis abuelos a los mandos, dos hermanos, únicos nietos por entonces. Es verano y la cosa va entre acudir a la plaza al reclamo del claxon del pescadero y su Cirila azul para recoger el pescado; los gritos del melonero «a cala y a prueba», el ruido de la furgoneta del Tatita y ese olor a pan candeal reciente, el olor a leche recién ordeñada en casa de la Señora Lourdes. El sabor de la nata que creaba esa leche después de hervida.. 

Son días de siesta obligada, de vino con agua, merienda de rebanada de pan, del día anterior siempre, con vino y azúcar, de comer a escondidas leche condensada, de leche migada, de tostadas fritas en manteca, de lenguadinas y bacaladillas fritas, de congrio guisado, de ensalada de la Loli, de judías verdes con refrito, de sopas de ajo, de tortilla de patata y alguna tajada de lomo en olla, chorizo de matanza, arroz con leche , zaraguaciles, higos, giganteas, zanahorias robadas a Gilberto,…, ¡De bocadillo de tortilla francesa con rodajas de tomate! . 

Mi siguiente recuerdo es el chicharro al horno con patatas de Aurelia, el cocido y esa sopa, las tartas de manzana, el bacalao con tomate… Aquí me detengo. De adolescente odiaba la paella -mi madre accedió a dármela en sopa- la coliflor, la lombarda, y el bacalao. Soy de esa generación del «si no lo comes será para la cena, para el desayuno…». Ahora sueño con el día del cumpleaños de Sabino porque mi madre hará bacalao y untaré hasta los dedos, sueño con que mi madre haya hecho chipirones en su tinta o conejo guisado con picada, mi comida preferida. 

Pero si hay algo es el olor, conservo olores, imágenes de las mujeres de la familia cocinando; ruidos, el de los sarmientos crepitando  cuando arrancaban a arder y se colocaba una parrilla hecha de un somier viejo, en la era, cada verano, ese olor que desprendían las chuletillas de lechazo. 

Hay imágenes que siempre me costaron más como la de la matanza del cerdo una vez al año, la de los conejos. Aún así ese olor a chichurro, a morcilla, a adobo de chorizo, a gijas, a tripas limpiándose.. 

Cómo no recordar el primer fondo oscuro de la escuela de cocina, el olor a huesos tostados, el vino tinto y el Marsala reduciendo en la chapa ardiendo… 

El primer escabeche que hice, mi pasión por esta elaboración. 

El olor en el Bulli. Aquel día que entré a hacer la temporada y cocían moluscos en agua de mar. La cocina olía a mar, dulce, a fritura limpia donde se preparaban chips de loto, yuca,…Olía a avellanas tostadas, a humo, … 

Y también sabía a veces a salado de las lágrimas por mi incapacidad para llegar al servicio, preparado, de la alegría al escuchar al otro lado a Rita -en 8 meses nos vimos 3 días-… (Ñoño pero fue así y ese sufrimiento va con el oficio y es una llaga. «

La cocina me ha dado muchas alegrías, grandes agobios y muy pocas ganas de volver a ella. 

La panadería me ha dado más: autoestima.  El olor a pan, a fermentación; la imagen del pan creciendo en el horno…. 

Y esas cosas y otras tantas que tampoco son espectaculares pero que son mis recuerdos.

Abrazo Carlos. 

Restaurantes de tías, las camioneras de ciudad.

Seré breve. 

Escucho atentamente el podcast «Conversaciones Al Dente»  porque hay dos opiniones que me interesan y me parece que pueden ser potentes: la de un influencer gastronómico con posibles, con restaurante,  y la de El CRÍTICO, referencia absoluta durante décadas, al menos para mí.

Algo me dice que la conversación no va a ir bien porque todo es un alarde, todo es un yo. 

Al poco de empezar el influencer asegura que hay restaurantes de mujeres, que comen menos y que a ellas les gustan los restaurantes «monos»;  que él conoce a una chica que no veas cómo come. El crítico abunda en el tema y asegura que aquellos restaurantes donde hay muchas mujeres la relación calidad precio está asegurada. Lo dicho, las nuevas camioneras. El jardín es grande y Capel, el crítico, da una larga cambiada y vuelve al turrón, a la crítica. 

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Es enternecedor escuchar al influencer, Alberto de Luna, hablar de que un hostelero si tiene que elegir entre él que gasta a cholón y otro cliente que gasta menos, le elegirán a él. ¿Hay hosteleros que puedan decir abiertamente «no queremos pobres en nuestras mesas» ? Conozco un pollero del mercado de Vallehermoso que vende pechugas, muslos y alitas a clientas y clientes del barrio pero luego vende, también, pulardas, pichones, pollos negros,… sin desmerecer ni preferir clientela; es un negocio y da un servicio.

La herida sangra porque al rato habla de esos hosteleros que en vez de gastarse la pasta en vino, como él hace en sus restaurantes, al devolverle la visita piden la botella más barata y consumen menos de lo que él esperaba.  ¡Cachis!

Hay algo de lo que somos culpables, seguro que unos más que otros, y es el llevar a la fama a gente que nos da hígado de comer, nos ofrece escarnio y un momento de «que se joda» tan de aquí. Y nosotros like, corazones. Yo el primero. ¿A ver si yo también hago esto? 

Nos gustan las críticas buenas pero las malas nos dan conversación, chisme y originan en quienes las  escriben un halo de maldad atractiva que les hace creer que ellos sí son los elegidos, el cambio y recambio. El alarde, la ostentación, lo gruesa que sea la cuenta es el nuevo marchamo de verdad absoluta y a esto contribuimos todos. 

Estaría bien saber de comunicación no verbal y analizar la estampa de ambos durante la entrevista. Hay momentos en los que veo a Capel incomodo y me surge la duda de si siguiera siendo el crítico de El País hubiera accedido a aparecer con De Luna.

En un momento dice el influencer que teme que un día le peguen por la calle. ¿En serio? ¿Tanto se quiere como para creerse un héroe de la crítica? En fin. Yo no pido humildad a un critico, a un influencer no le pido nada, pero sí creo que para algunos este tipo de conversaciones les juegan una mala pasada, son escenarios a los que no están acostumbrados, o eso me parece.

Como chascarrillo final terminan ambos despreciando una comida con Pedro Sánchez y el aspirante, además, con Óscar Puente. Les ha faltado  decir que les gusta la fruta. 

¿Eres Old School? No seas Old School.

Cada vez que escucho a un cocinero hablar en serio que es «old school», espartano, me pregunto si, como diría mi heredero, «quiere un pin». Cada vez que escucho a José Andrés me pregunto si es tan old school. Cada vez que hablo de sandías con José, mi vecino de huerto, me convence de no sembrarlas, «son pepinos, todas son injertadas en calabaza y no sale una buena con pepitas». A José no le voy a llevar la contraria, es hortelano de primera, pero a los de la vieja escuela en hostelería y a sus defensores sí.

Mira José Andrés, la vida es otra cosa, el mundo no se acabará con 37,5 horas semanales, perdona que te lo diga desde el paternalismo. La vida no es lo que un empresario de la «old school» diga que es. La vida es trabajar y vivir, relacionarse, tener amigos, compartir momentos y sí, desarrollar tu trabajo de manera responsable en unas condiciones justas. Resulta, José, que al único que beneficia que se hagan muchas horas es a ti y a tus compañeros empresarios inadaptados -los tiempos y prioridades han cambiado- y que, a sabiendas de que este viejo sistema es bueno para vuestros negocios, solo queréis la tarta completa. ¿No es así? Pues lo parece.También te digo, alinearse con lo rancio, queriendo o sin querer, trae consecuencias y dejas de ser su amigo a la mínima.

Dependéis de la economía doméstica para sobrevivir, necesitáis que al mes  destinemos un porcentaje para darnos el gusto y el disfrute de acudir a vuestras barras, a vuestras mesas y que, ahora sí, sepamos que vuestros trabajadores  están tratados de manera justa. Ellos y ellas también tienen familias y ganas de acudir a vuestras casas pero si no tienen tiempo y el sueldo no alcanza para llenar la nevera y criar… De esto último también hay más responsables. Los sueldos no han subido un 34% desde 2019…..

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«La gente no quiere trabajar» es vuestra frase. Ahí está Garamendi apoyando esta teoría y comparando a Nadal y a «Carlitos» con la gentuza que trabajamos «sin actitud», por un sueldo.¿Os habéis parado a pensar que esta máxima os hace daño? ¿Os habéis parado a pensar que el que seáis «old school» huele a caducado y nadie se os acercará? 

Habéis confiado en la escasez de empleo, en lo terrible de las condiciones para alquilar una vivienda, para subsistir después de pagar los gastos fijos, y eso se ha acabado. Ser un país con mucha vida en la calle, con una oferta de ocio hostelero tan gigante como la que este país exige, origina una demanda de personal cualificado imposible de cubrir. Si a esto se suman las condiciones laborales de tiempos pasados en las que no se tienen en cuenta a las personas y sí, y solo, que sea mano de obra para producir,  tiene pinta de que la tormenta os afectará aún más.

Aquí nadie habla de no ser productivos, de no esforzarse, de no darlo todo y de no ser honrado en tu jornada laboral, aquí de lo que hablamos es de personas. Que un negocio de hostelería no funcione es un drama, créeme que me entristece de verdad porque yo he trabajado en ello, pero quizá algo de autocrítica en el sector vendría bien. A lo mejor falta educación financiera, a lo mejor se necesitan planes de empresa más realistas, a lo mejor no todo es Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga, donde el dinero fluye en locales carísimos y aparentemente con cartera llena para aguantar.

Algunos os autoengañáis. Los mensajes que intentáis colar de que con ocho horas no se puede llegar a nada, que con 37,5 llega la ruina, son falsos desde el inicio. Lo que estáis pidiendo es que vuestra gente viva y trabaje por vuestro sueño porque eso es lo bueno para su vida, así, sin medias tintas, y no me parece mal siempre y cuando entendáis que habrá quien sí acepte ese juego y habrá quien no.

Toca deconstruirse -yo también he sido un old school- mirar alrededor y ver gente con sus propios sueños, con sus propias necesidades y con su propios proyectos vitales. Dejad de mirar a la gente de vuestras empresas exclusivamente como mano de obra. Si un trabajador se abre y te dice qué necesita de ti y tú le ofreces algo que os abrigue a los dos, tendrás un obrero para mucho tiempo y feliz que, vuelve a creerme, es lo mejor que nos puede pasar, a ti como empresario y a mí como cliente. ¿Que te parece ñoño? Es mi experiencia.

Algún día habrá que empezar a hablar de aquellos empresarios y empresarias que lo son y que estoy seguro que han arrancado el motor para el cambio que se necesita en hostelería. Ellos y ellas sí son inteligentes, ellos ya son new school.

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Ámenme, soy un odiador.

Esta mañana escuchaba a un panadero hablar de la «cultura del esfuerzo», que al parecer ya no existe; es posible que la esclavitud no se lleve entre las nuevas generaciones. Ayer el presidente de los hosteleros de mi ciudad hablaba de «paguitas» por parte del gobierno cuya consecuencia es que «la gente ya no quiere trabajar», por lo mismo, porque “prefieren quedarse en casa” a hacer horarios de pánico por un convenio más propinas. Leo durante estos días crónicas sobre el congreso San Sebastián Gastronomika con un pavo que saca un plato «revolucionario», alegoría del hambre en el tercer mundo, acompañado con imágenes de críos desnutridos y enfermos. Un crítico que hace de crítico y dice que gana mucho dinero en bolsa y tal pero que tiene un concurso de tortillas de patata que es una revolución. Ponentes quejándose de la falta de argumentario, contenido y relevo a la hora de subirse a un escenario. Alguien recordando a un cocinero que lo suyo no es un descubrimiento sino que es casi una «apropiación cultural»… Y todo esto pagando, Jose.

Ser un odiador está de moda. Buscar un casito para tener un like, un retuit, un «has estado cumbre» siempre estuvo entre nosotros, porque es algo humano, porque nunca cambiará y porque, no nos engañemos, nos pone en el tablero, aunque sea una tarde. Así que yo no voy a ser menos, total, estoy fuera.
Mirad amigues, amigos y amigas. Todo eso anterior ya lo hacen los fudis de YouTube, a los que odiamos, ¡por supuesto!, porque no son pata negra, porque tienen miles de visualizaciones, millones de seguidores y una puesta en escena que nos da la risa y podemos criticar sin autocensura. Todo ese material es una crítica tan subjetiva como la que pueda hacer un crítico que no se dedique a la bolsa, que eso quita mucho tiempo. Todas esas imágenes son el lugar donde nos cuentan qué es tendencia real y no de nicho, donde el currante sacado de «Poquita fe» busca lo que le encaja en el presupuesto, ese montón que se hace al ingresar la nómina y que cada vez es más exiguo por no decir inexistente.

Disfrutar por dinero no existe, ir a pijo sacado, o con el toto al viento, cada día, es una pesadez. (Lo ha clavado David de Jorge). Resumiendo: todo aquello, todo escenario gastro, huele a abrigo de astracán viejo y esto ya era así hace años, ¡que yo lo alababa y me empeñé en hacer hagiografías de cocineros y cocineras, que hubo quien pensaba que éramos «la nueva generación»…!
Y es que lo único que importa es la gente que trabaja en una cocina, en una sala, en una pica, en un campo, en un barco y en el comercio donde expenden sus productos. Lo que importa es la historia de ellos y ellas, lo que echan en falta, las soluciones a su situación, qué necesidades vitales tienen, qué pueden aportar, qué ambiente laboral desean, qué parte del pastel les pertenece. Todo lo demás son pasatiempos, verbenas, peñas de pueblo con gente más o menos perjudicada y cabalgatas de reyes y reinas. Falta un pilón.
Ámenme, soy un odiador. *
Nacho Vegas me inspiró con su «Ámenme, soy un liberal».

LERA, el LIBRO.

Cuando era más joven, allá por los setenta, en la casa de mis abuelos de Villaco de Esgueva se criaban pollos y conejos. Cada quince días, aproximadamente, se sacrificaba uno para comer en domingo. El sistema era sencillo pero eficaz: un golpe certero y ya. A partir de ahí se limpiaba, se quitaban los menudos y la piel, y se oreaba. No había ensañamiento, era la manera en la que toda la vida se hacían las cosas: criar para comer. Recuerdo cuando mi abuela me contaba que ella criaba cochinos y, que con lo que le daban por hacerlo, ahorraba para los cuatro hijos que tuvo. Criar para comer.

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En el campanario de la iglesia se criaban pichones. En el sobrao de algunas de las casas del pueblo había palomar. Muchos tenían el propio o compartían. Ahora apenas se conservan dos. Cada verano, el cura, invitaba a pichones y se comían en la bodega. Ya hace años, sí, pero así era la vida en el pueblo.

Cuando tuve en mis manos el libro de LERA y las magníficas, sí, espectaculares fotos, edición y contenidos, me trajo muchos recuerdos personales y a muchas de las cosas que cuenta Delibes en sus libros, como por ejemplo que los cazadores practicaban la construcción de bardos para la conservación, cría y recría del conejo de monte. Aquello era lo que al palomar los pichones. También pone en entedicho la moral de quienes creyéndose especie superior hacen barrabasadas. «Mostrar respeto por la pieza que cazas y vas a cocinar.» Luis Alberto Lera.

La caza. No conozco a ningún cazador que lo sea al que le vaya el ensañamiento. Si se ensaña, no es cazador, es así de sencillo. Porque esto es una de las cosas de las que trata el libro, a mi entender, no sólo de la caza sino de cómo mantener las especies, cómo repoblar los campos y qué hacer para conservar esta biodiversidad que forma parte de un modo de vida. Y también habla de la COCINA de la caza.

Seguro me recordará alguien que las monterías son terribles, que encerrar animales para dar el gustazo a quien puede pagarlo es un desastre. Estoy de acuerdo, eso me parece una barbaridad. Cazar teniendo que seguir lo aprendido en el campo, empíricamente, por observación, por tradición oral, implica un conocimiento que encierra tradición y conservación del medio.

No me cabe duda que es un libro crudo, sin Disneys, ni Bambis. Es un libro que muestra sangre, carne y cocina. Cada cual que elija su posicionamiento ante esta actividad, ante este LERA pero, para mí, es un libro para una época. Me parece que lo han logrado tanto editor, como autor y fotógrafo, y que será muy difícil que este tipo de publicación pueda volverse a hacer.

Y sí, quizá para entender qué es LERA como restaurante haya que ir a Castroverde de Campos, situarse en sus barbechos, parameras, pandos, laderas, palomares y observar a sus gentes, las de Tierra de Campos; hablar con quienes teniendo oportunidad de abandonar el medio rural han apostado por permanecer. Es un libro en el que, te aseguro, se cuenta una forma de vivir.

Casado come en un «fast food». ¿Y qué?

Pues eso. ¿Y qué? Casado come en un fast food como los demás comemos, de vez en cuando, en una cadena de comida rápida. ¿A qué viene sentirse tan ofendido? ¿Tenía que haber comido fritura de pescado, pargo al horno, visitar el Sol y Sombra en Sevilla-sí, sí, sí, yo sí-? ¿Y qué más me da? ¿Acaso es una foto «inocente»?

Veamos esta noticia de la Vanguardia:

La petición de Trump a los chefs de la Casa Blanca de imitar la comida de McDonald’s

Resulta que el presidente del gobierno de los EEUU adora la comida rápida. ¿Es inocente que esto sea noticia?

Si me hago un @BobPopVeTV -perdona esta licencia- diría que tengo una teoría:

El mensaje que manda Casado comiendo en un Burger King  MacDonald´s es calcado al de Trump:

«Soy de los vuestros. Aunque podría ir a restaurantes de cualquier categoría, prefiero  esto porque quiero que me hagáis un hueco en vuestros corazones». Bueno, esto de corazones es otra licencia. Las estadísticas dicen que Trump se hizo fuerte entre quienes se sentían olvidados por la adminstración. Casado busca ese voto, el de los que se sienten abandonados por la adminitración, de izquierda-ciudadanos: clase media y clase media trabajadora que no llega a fin de mes a pesar de tener un empleo fijo.

«¡Otro rojazo!», diréis. Pues fijaos. Touriño, presidente de la Xunta de hace una década decía esto a La Razón:

Pérez Touriño: «He dejado de comer en restaurantes de lujo»

Estoy seguro que podría encontrar más declaraciones de este tipo, algunas seguro diciendo de sí mism@s «soy normal, voy donde va la gente».

Los políticos y políticas en campaña  permanente -electoral y dentro de sus propias siglas- pretenden rentabilizar todo. Hoy ha sido un «burriking» , mañana unos churros, al otro un bocadillo envuelto en papel de aluminio.

No nos ofendamos. Tampoco se ofendan los gurús de la gastronomía y la crítica: a los de a pie tampoco nos da el sueldo para ir cada semana de restaurante pero, a diferencia de nuestros políticos, cuando vamos lo disfrutamos de manera egoista, sin pretender nada… Bueno, lo colocamos en instagram para…

 

 

La burbuja del pan «de calidad».

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Miro la estantería ordenada -por una vez- repleta de libros y me detengo, de nuevo, en el lomo de Templos del Producto. No son muchos los que aparecen en sus páginas y a buen seguro en los próximos años tampoco habrá muchos más, al contrario quizá.

Escribo esto con una rebanada de pan integral untada de mantequilla y un café marca blanca aún caliente. Como ven, mi contradición es constante pues abogo por un pan de calidad y estoy consumiendo el café en grano más barato que encuentro… Soy así, chica.

Muerdo el pan de harina ecológica molida a más de quinientos kilómetros, con mantequilla ecológica transportada desde Alemania hasta el súper del pueblo en camión, horneado con electricidad de no se sabe la procedencia, sal marina y agua de grifo… ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí!, retomo.

¿Qué es el pan de calidad? Depende de lo que entendamos cada uno por calidad. Puede ser que esté calentito, blanquito y blandito. Puede ser que esté tostado, ácido, denso Puede ser. O quizá que sea de harina de calidad, de grano entero, … Tú decides, la decisión siempre será la buena pues cabe la posibilidad que esté razonada, que lo que busques lo hayas encontrado, que tu pan sea precocido y recién hecho, o fermentado durante horas sin mejorantes ni levaduras «comerciales».

Te diré algo: no sé que es el pan de calidad. Te diré otra: creo que se intenta hacer. Una más: el pan que considero de calidad es aquel que me aporta bienestar físico y emocional. -¡Espera, sigo, que no es que me ponga moñas!- Por eso creo que hay una burbuja del pan «de calidad», porque para mí como panadero 1.0 -¡modernez, eh!-, no existe.

Mi pan de calidad soñado es aquel que me aporte la tranquilidad de estar trabajando con productos cultivados en mi entorno por profesionales comprometidos y «socios» de una idea global que es esa que supone mejorar tu entorno social para que todos ganemos.

Ninguna revolución, ninguna será plena en el mundo del pan -¡ojo que me he calentado!-, ninguna, mientras sigamos trayendo harinas de a saber dónde, mientras no consideremos que la tierra necesita descansos para poder seguir dando frutos sanos, mientras no ajustemos nuestro consumo a lo racional.

Un ejercicio sano e inquietante: buscar datos sobre cuántos kilos de harina, por ejemplo,  de espelta se panifican en este país y compararlo con el número de hectáreas que se cultivan. Es una cuestión de fe. Ahora otro que estaría bien hacer: cuántos kilogramos de pan se hacen al día y cuántos kilogramos se tiran en los hogares. Y el último: cuántos agricultores de cereal trabajan con panaderías y cuántos agricultores están obligados por contratos, más o menos leoninos, a cumplir con los objetivos marcados por empresas mayoristas, patentes de grano, etc.

El pan es un producto barato, el que busca ser de calidad también. El que tenemos que buscar ha de ser justo en precio y, de nosotros depende, honesto y real.

 

Puratos, querido, no cuela.

A preguntas de Broncano en La Resistencia, Sr.Chinarro respode acerca de la fabricación de los donuts: «….se eschaba un producto que se llamaba Delfín Súper. Preguntaba y nadie sabía responderme qué era». El músico trabajó en una fábrica donde se elaboraban.

En la página de Puratos se presenta su biblioteca de masas madre como una labor salida de un cuento protagonizado por los duendes del pan, guardianes de los secretos y las tradiciones de la fermentación y del «flavor». Lo del compendio de masas madre, su estudio y conservación me parece un acierto aunque tengo mis dudas si es algo altruista.

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Puratos, sabedor de la corriente que ha llegado para quedarse en el mundo del pan, no quiere perder dinero ni posición, es mi impresión. ¡Llámame desconfiado!. En su poder decenas de masas madre de las que extraer datos y poder ofrecer un mix de los suyos con el marchamo de natural, artesano y riguroso. ¿Llegarán a patentar «el sabor del pan»?¿Intentarán que la administración obligue a las panaderías a tener la masa madre en condiciones idénticas a las de su museo y así salga más rentable pedir el mix que montar una infraestructura para mantener en condiciones «higiénicas» ese fermento?

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La pena es que esto no sea un estudio ni un «museo» creado y mantenido con recursos públicos,  apostando por transmitir conocimiento, cerrando el círculo. Todas esas masas madre son dinero que se regala a la empresa Puratos y que luego hará pagar a los propios donantes, me temo. Eso sí, como a críticos, médicos, periodistas, «nos» invitan a pasar unos días de ejercicios espirituales en otro país para volver con el bolígrafo cargado y prescribir medicinas, un mix, un coche o lo que se haya propuesto el que paga tal recreo.

 

Templos del producto.

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Aquel día terminé de dar clase en el Bellamar y recogí  a Rafa. Carlos, @MisterEspeto , a quien habíamos conocido un año antes, nos llevaba a Los Marinos. Tampoco recuerdo muy bien cómo surgió que nos reuniéramos a comer. Tampoco importa. Ayer Rafa, @Rafael_García , me envió este libro tras visitar el FM de Granada. «Te va a gustar».

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Tampoco estoy ya muy al tanto de las novedades editoriales gastronómicas, estoy demasiado amarrado a la harina y a todo lo que este mundo me aporta como para volver al sopor del artificio y esa «mejor comida de siempre»  con que nos bombardean las redes, l@s «fudis» y sus pescadores de supuestas tendencias. Estoy convencido que me pierdo mucho y añoro a mi pesar aquella impaciencia que tenía para adquirir el último libro que salía a la venta, con magnífica estampa y mejor crítica. Menos añoro los «a cien euros».

Templos del producto tiene mucho de lo que envidio y no detesto, reacción esta muy humana, la que obliga a que cuando no llegas, menosprecias.  Tiene también la de ese viaje que si tuviera que pagarme no podría pero que agradezco que me lo cuenten con la seguridad de que quien lo ha hecho ha comido tanto, tan bien y seguro que tan mal, que otorga credibilidad al relato.

Ver las fotos dentro de unos años, no creo que demasiados, y  comprobar que algunos de esos bichos han desaparecido, nos hará rascarnos al nuca, encorvar el cuello y aseverar que aquellos tipos bien sabían lo que hacían: documentaban la decadencia del producto cuando aún existían radicales del mismo.

Quizá Borja Beneyto @matoses y Carlos Mateos @MisterEspeto sean dos tipos excesivos, como este libro. Quizá dos visionarios o dos tarados de la mesa, de la buena mesa.  Leer las historias de los protagonistas del libro llenas de éxitos, fracasos, pundonor y verdad no dejan indiferentes. Para escribirlas no basta con la visita. A mí me han hecho un favor: soñar con arrancar hoja tras hoja esta agenda del buen vivir. Gracias.

*A Carlos Mateos tendré que agradecerle aquella visita a Los Marinos, siempre en mi boca a la hora de recomendar sistios desde mi absoluta ignorancia. A Matoses siempre le agradeceré sus recomendaciones sobre su amada Menorca.

 

Como churros

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Hoy me ha preguntado mi hijo: «¿quién inventó los churros, papá?». A bocajarro le he respondido que los árabes. Él me ha mirado y creo ha observado si mentía, si me lo inventaba, o si por el contrario su padre sigue sabiéndolo todo. A.

En un descuido suyo he tecleado en Google «churros, inicios», y la respuesta que he abierto es la que da Muy Historia: «Los churros empezaron a consumirse en Cataluña a principios del siglo XIX, pero se desconoce quién fue su inventor».

La respuesta es a conveniencia. Desconozco la procedencia del redactor pero si éste hubiera sido un árabe hubiera escrito que fueron ellos los primeros en consumir churros hace cientos de años. Esto me hubiera venido bien para calmar mi conciencia y no sentir la «decepción» en la mirada de mi hijo.

Todos necesitamos preguntas sencillas para situarnos frente a frente con otro. En el mundo del pan, esa pregunta sería: «¿Dónde aprendiste a hacer pan?» Y la respuesta sincera es la que no obvia resultados en tu «Google particular». No tienes que contestar más, ni contar que tus recetas son aquellas, o una versión, o una mejora, esto no es necesario ni mejora la tu imagen.

Imagina tan sólo que tu heredero te ha hecho esa pregunta y que él sabrá si has olvidado, o no.