Desearía poder enojarme, sería tan fácil. Sin embargo, eso no ocurre ahora ni ocurrió antes. El problema está en mí, desde justo antes de aquel día en que lo vi.
Será que mi nivel de daño es tan alto, que él no logra hacerme llegar al punto de querer olvidarlo, quizás por eso es que sigo anclada a su nombre, a su memoria y a esa sombra que de mí esconde. Será que no es mi porfía, y es mi corazón enfermo quien lo busca, aún cuando le he dicho mil veces, que él de nosotros se oculta.
Pero está todo bien acá. Los días siguen durando lo mismo, aunque por cada noche siento que he vivido un siglo. Así es, todo está perfecto y nada ha pasado, aunque sé perfectamente que él una y otra vez me ha despreciado. Ya ves, pequeña ardilla, tú que eres la única que a mi lado ha permanecido, acompañándome en estas tierras que ya todos han olvidado y yo, escuchando las historias que por tanto tiempo te has inventado, nos convertimos en un equipo que nadie más puede ver, porque de lo contrario, una de las dos tendría que desaparecer, para no ser descubiertas en esta locura, en este universo ideado, donde yo soy el monstruo, y tú mi alter ego más delicado. Entonces, guardémosnos otra vez del mundo, huyamos de las miradas, de las voces y las mentiras, yo seguiré jugando a ser normal y tú me esperas a que regrese día a día a este lugar, para no sentirme sola, para no seguir acumulando tesoros que no le sirven a nadie más, para dejar de limpiar y ordenar como esperando su visita, para dejar de ensayar qué decirle o cómo actuar. Y cuando me veas, no me digas nada, sólo enrédate con tu cola a mi cuello así como a él me aferré mientras como loca lo besé, y dame un poquito de contención, que a veces creo perder la razón.
Desearía alguna vez haberme, con él, enojado, sentir que lo detesto como detesto a cualquiera que viole mi metro cuadrado. Pero no es así, y al parecer nunca lo será, porque así lo conocí y así será hasta mi final. Mientras, de qué podría yo culparlo, o por qué debería él de sentir esa culpa de la que habla, si quien es responsable es este sentimiento, que por cierto, sólo yo tengo. Este sentimiento enquelosado dentro mío, empantanado profundo en este corazón moribundo.
Así, junto a la pequeña ardilla, vemos pasar el tiempo y nuevamente, sumando días. Vemos qué tan cerca él permanece, pero tan lejos como la imaginación nos deje. Y cierro nuevamente mis ojos, suspiro profundo y aparece con su tan liviano andar en mi memoria, incólume, perfecto, delicado y bruto, dulce y vacío, completo y frío.