{ alguien mató algo }
jueves
las hilanderas
I
el Duelo es un don demasiado antiguo.
las mujeres de la casa nombran los objetos con gestos. para mantener el silencio dentro, cierran las ventanas. caminan en puntas de pie por la noche. saben cerrar puertas casi sin hacer ruido. las lenguas muertas descansan contra el rincón.
II
durante el día, cosen. para encontrar el revés del lenguaje.
quieren entender cómo llamarte ahora, hacia donde dirigir el grito,
qué tan fuerte o qué tan lejos. debe haber -creen-
un pliegue secreto en alguna parte. la casa,
un laberinto de hilo. mientras tanto,
atan.
III
el duelo es un don demasiado pesado.
las mujeres de la casa se mantienen en silencio.
respetan el hueco. dejan las ventanas
abiertas para escuchar el exterior. quieren aprender el habla
de las luces de la calle, los horarios del transporte público.
inventaron movimientos para gestos viejos. las lenguas secretas están para decir
aquello que los vivos ya no sabemos nombrar.
IV
maneras de habitar la muerte y maneras de habitar sobrevivir.
las crías de las arañas aterciopeladas se comen el cuerpo a su madre cuando no hay nada más que comer.
V
cuando repartieron los significados, la serpiente tomó lo suyo y no quedó ninguno.
se agotaron las palabras para el lado oculto de lo importante.
las mujeres que pierden a sus hijos no tienen nombre, entonces.
pero se huelen entre sí, como los animales. se reconocen en la calle.
y los animales dan a sus crías
el mismo nombre de animal que ellos llevan, que es un sonido. los otros
a veces dan a las crías un nombre distinto. cuando crecen,
lo cambian
para que comience a ser el mismo.
ellas fueron mujeres; crecieron y son mujeres. una mujer que perdió a su hijo
es dos veces animal.
VI
los movimientos de sus manos son un ensayo
practican el modo de volver en reversa. el modo de destapar el secreto de dios, esperar el cuervo que falta y debe venir.
debe venir, lo dicen los libros. ¿se puede volver, entonces, como las agujas vuelven punto por punto por punto por punto? somos todos los movimientos que caben en un punto, la vida entera es solamente puntos, una línea de puntos:
1993 - 2016.
punto por punto por punto por punto.
una red, un laberinto de hilo.
pero hay agujas que tejen y hay agujas que marcan el tiempo.
es un límite.
VII
una casa puede ser una cárcel. las fotografías de una casa pueden ser una cárcel dentro de la cárcel. los recuerdos de las fotografías de una casa pueden ser una cárcel dentro de una cárcel dentro de la cárcel.
VIII
nunca está de más irse de casa. nunca está de más volver a casa. familia. todos somos uno, todos somos uno, todos somos uno.
algunas cosas comienzan por el nudo. todos somos uno, todos somos uno, todos somos uno. otras, por el golpe. la muerte es más íntima en mí que yo. la palabra accidente también es un comienzo.
29 de noviembre de 2016
te abracé muerto
con la delicadeza de estar triste,
la misma que usamos
para las primeras cosas,
te abracé como a un
recién nacido.
y te dejé ir.
Cartas a mi hermano II
hoy lloré todo el día.
tengo que decirme basta en cosas en las que no quiero decirme basta, pero que tampoco tengo ganas de hacer, por ejemplo, estudiar. no me puedo concentrar, mi esfuerzo no funciona ahí. debería ponerlo en otra cosa. ¿por qué es tan difícil tener ganas y hacer lo que hay que hacer?
me gustaría recibir un abrazo y un plato con sopa caliente, nada más. parece poco, pero para mí es mucho más que suficiente. me siento como una casa abandonada. hoy lloré todo el día. cuando llorás en la calle, la gente te mira como si fueras un fantasma, ¿casi que si, no?
no poder más de no poder más.
“no puedo” rankea entre las cosas más difíciles que decirse a uno mismo cuando es absolutamente cierta, cuando de verdad no podés más. es una virtud saber reconocer el mejor momento para decirse basta y frenar a tiempo, porque si derrapás, te vas a matar.
o te pisa un tren.
Cartas a mi hermano I
Me acuerdo mucho de tus travesuras, de tu sonrisa gigante, tus puteadas, la impaciencia. Me acuerdo mucho de tus ronquidos, tu risa, tu tendencia al pequeño accidente infantil, como una profecía. Tu asmática forma de respirar, tu vozarrón partiendo al medio las mañanas en el campo. Me gusta acordarme de los artificios que creamos para hacerte creer que Papa Noel existía hasta que tuviste casi nueve años; un exceso, diría yo, pero era divertido verte explotar chasquibuns con los dientes, correr detrás de los perros, terminar todo embarrado.
A veces me levanto y me olvido de que estás muerto. Esos días son los peores.
Hay otros días peores: cuando voy a dormir, pienso en tu cadáver, los párpados violetas, la cicatriz en tu cabeza vendada. Sí, te levanté la venda, corrí esas telas bien de abuela que ponen en los ataúdes y te miré, muerto, 23 años y muerto. La realidad, un bife. Te di un beso y estabas frío, más frío que todos los inviernos de tu vida sumados y metidos en un frasco.
Dejé en el ataúd tu autito favorito, como si te hubieses ido a jugar a un jardín secreto, como cuando de chiquito corrías a esconderte en lo huecos de los árboles, ardillita, y el barrio se desesperaba buscándote.
Te escribí una carta que no vas a leer nunca: te cuento el dolor, te cuento la bronca. Te pido perdón, te pido fuerza. Le pido fuerza a un muerto, qué lógico y qué estúpido, ¿no?
Y que vengas,
siempre estoy pidiendo que vengas.
Como esa noche, hoy también están las milanesas listas. Falta tu plato y ningún hospital va a llamar por teléfono para avisarnos lo peor.
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