Por Demian Konfino
Rosario 12
15 de diciembre de 2025 – 0:00

Eras la referenta de tu agrupación universitaria. Esa cucarda no te la saca nadie. A pesar de haber sido muy joven, nunca abandonaste a tus compañeros. Sí, dejaste la facultad momentáneamente, pero a los cumpas y a las ideas jamás. Seguiste yendo a las asambleas con la beba en brazos. Escribías los panfletos en tu casa. Llamabas a los voluntarios que se habían anotado en la planilla de la mesa de ustedes, en el pasillo central. No te gustaba mucho esa palabra, “voluntarios”, preferías otra, “militantes”. Pero todavía no lo eran. No conocías sus motivaciones o si les daba el cuero. También pintaste afiches, mientras aupabas a la niña. Nadie puede achacarte falta de compromiso. Mucho menos, ausencia de ovarios.
Siempre anclaste en las ideas de Guevara y Fidel. Tu vieja siempre fue china y te comió el coco con Mao y Carlitos Marx. Pero, a vos nunca te cerró. Estaban muy bien los conceptos, pero eran impracticables en esta parte del mapa. Al mismo tiempo, Perón alejaba a las masas del socialismo. Por eso, Fidel y el Che sí te cuajaban. Habían hecho posible mucho de todo aquello que te leían en tu casa, lo que le escuchabas a los amigos de tu vieja.
Que bien que se te daban los discursos, Mariana. Arriba siempre los obreros y los estudiantes. Cómo te escuchaban los compañeros, cantando tus verdades, revelando tus saberes, esclareciendo objetivos, reforzando esperanzas y optimismos que nunca llegaban, pero siempre estaban el caer. Porque la crisis del capitalismo auguraba un nuevo amanecer. ¿Te acordás de esa frase Mariana? Más vale, la decías siempre. El sistema se caía y debíamos estar preparados.
Cuando te pudiste organizar con tu compañero, con tu laburo, y pudiste dejar a Tania en una guardería, retomaste los estudios y recuperaste el terreno que, en verdad, nunca habías perdido. Me refiero al del liderazgo de la orguita. Eso no te lo sacaba nadie porque todos te admiraban. Con todos los quilombos, siempre habías estado al pie del cañón. A veces te dormías en el ciclo de formación en marxismo, porque claro no habías pegado un ojo en toda la noche con Tanita demandando tus tetas. Pero no faltabas jamás.
Mirá si te iban a poder disputar el trono. Igual, apuraste la vuelta y retomaste los estudios porque creías en aquello del Che, la pedagogía del ejemplo. Lo que se propaga por la boca, se hacía carne con el lomo. No podías ser la presidenta de tu agrupación universitaria y no ser estudiante.
El tema es que sí, no te alcanzaban las horas del día. Ser mamá, compañera, militante, estudiante y trabajadora era demasiado para una sola persona. Optaste por no dejar ninguna de tus actividades, pero la que pagó el precio fue la facu. No podías cursar la misma cantidad que el resto. No dejaste, pero comenzaste a meter de a una materia por cuatrimestre y, más tarde, una por año.
Tus compañeras y compañeros, de pronto, fueron cambiando. Los que arrancaron con vos se fueron recibiendo o dejando. De tu camada inicial no quedaba nadie. Empezaste a ser la hermana mayor y después la tía de tus compas. Pero, no te amilanaste. Continuaste organizando las charlas, los plenarios, los campamentos.
Y acá me quiero detener. Porque, claro, la nena se fue criando sola. Con la tele, con sus compañeritos de colegio y fue adoptando sus propios códigos. Sus gustos sobre el mundo ya no pasaban por ayudarte a pintar la pancarta. Quería los juguetes que tenían sus compañeras. Las figuritas de la época que a vos te parecían tan del sistema. La ropita. Y el color rosa, que detestabas. Más tarde, la música electrónica que te parecía una aberración.
Claro, hay un detalle en el que deberías reparar. Fue tu responsabilidad haberla mandado a colegio privado. Deberías hacerte cargo. Camuflaste una incoherencia con la necesidad de que Tania fuera a doble escolaridad y no hallabas escuelas públicas cercanas, con esa modalidad. Bueno, puede ser, pero al mandarla a un privado, el contexto en el que se crio la niña fue el de los consumos culturales y sociales de clase media. No salieron de un repollo aquellos intereses infantiles. Vos dirías, banales.
Pero, a vos, eso te ponía loca. No podías creer cómo tu hija te había salido así. Superficial. La cheta, le decías a veces con sorna. Y empezaste a querer torcerla, cambiarle sus pareceres. Primero con persuasión. Más tarde con imposición.
Así fue que se te ocurrió que fuera de campamento infanto juvenil que habías organizado para los hijos de los compañeros y de los vecinos de los barrios humildes donde iban a dar apoyo escolar hace tantos años.
Se irían al Tigre, a un camping a la vera del río Paraná. Para las pibitas de la villa era una movida hermosa. Pero, para tu nena no. No quería saber nada. Ni siquiera cuando le contaste que iba Luciana, la hija de Noelia, y Gastón, el hijo de Patricia y Norber. Las dos compañeras de la agrupación también mandaban a sus hijos al mismo colegio que iba Tania, aunque eran de distintos grados. Cuando ustedes se juntaban, estaba todo bien entre los niños. Se divertían mil. Pero, cuando iban al colegio no se daban ni bola.
Tania temía lo que finalmente ocurrió. Como ella era mayor, ya tenía trece, no dormiría con sus dos amiguitos menores que ella. La pondrían con chicas de su edad. Muy probablemente, pibas de los barrios. Con otros códigos, con otro lenguaje.
Tania tenía miedo y lloraba, en los días previos. Y a vos no te importaba porque decías que se tenía que curtir. Que tenía que salir de su burbuja de cristal y conocer otras realidades. Que ya estaba creciendo y debía alejarse de la música del sistema, la que la tenía encerrada horas con su discman, para asomarse a las cumbias y los rocanroles.
Y sí, efectivamente, lo que pasó fue lo previsible. Le fue pésimo a Tania en el campamento. Al menos, te enteraste que se paró de manos cuando las pibas de su carpa le zarparon su campera violeta de corderoy. Es decir, bastante valiente la nena. Digna hija de una luchadora. Pero, la convivencia fue imposible. Las pibas la deliraron mal y tu hija lloró en silencio los días y las noches. Y lo peor, lograste el efecto contrario.
Muy lejos de acercarse a otras realidades, la alejaste al punto máximo. Nunca más quiso otear siquiera la posibilidad de comprometerse con alguna causa humana justa. Eso sí, alguna sensibilidad había heredado. Se hizo proteccionista de animales. Talibán de mejorarle la vida a los caballos que cinchaban de los carros y a los perros callejeros.
Y ahí anda en la vida Tania. Con su pareja, sus perros y sin hijos. Egresada de una carrera universitaria como la tuya y con un buen trabajo. Es una buena mina y es querida y festejada por sus amigos y compañeros de laburo. No será lo que quisiste, pero le está yendo bastante bien.
Dejá de castigarte ya. Vos en la marcha con tu remera roja, sin militancia orgánica pero con tus ideas de siempre, y ella en el gimnasio con sus auriculares inalámbricos, escuchando a Hernán Cattáneo. Las dos felices.
Si bien intentaste ponerte dura en algún momento, la criaste con libertad. Y ella escogió el camino. No reniegues. Falta poco para que revisen esa infancia y no haya más reproches. Al contrario, tal vez mañana, puedan cagarse de risa juntas, con una cerveza de por medio y una bandejita de maníes con cáscara. Anécdotas no les faltan.*
* https://www.pagina12.com.ar/2025/12/15/tu-hija-y-tus-ideas/







