Los viajes en tren tienen algo mágico. No sé si es la belleza de los paisajes por la ventana, el tiempo detenido, la lectura que me acompaña, el azar, las casualidades. Hace un par de semanas, cogí un tren en Atocha para volver a Zaragoza. Subí pronto al vagón, busqué mi sitio, frente a una mujer que hablaba por teléfono, saqué un libro y me acomodé para pasar un rato agradable. Últimamente leo y escribo mucho sobre montañismo. Estaba terminando de leer la biografía de Edurne Pasaban (‘Catorce veces ocho mil’), la primera mujer en el mundo en escalar los catorce ochomiles de la Tierra. Estaba absorta en el capítulo en el que habla de sus problemas de salud mental, su depresión y sus intentos de suicidio. Pensé: qué valiente, qué mujer tan fuerte, qué vida tan apasionante, qué difícil es encontrar tu propio camino. Levanté la vista del libro, la mujer terminó su llamada, la miré, me miró, vio su nombre en la portada y empezamos a hablar.
Hace unos días volví a ver a Edurne en Zaragoza, en la conferencia inaugural del ciclo ‘Educar para el futuro’, en el Patio de la Infanta. Es un lujo escucharle contar su historia, desde sus inicios en la montaña en Tolosa hasta hoy, animando a soñar en grande, pero dando pasos pequeños, y siempre rodeada de su equipo. ¿Y ahora qué?, le preguntan en las entrevistas, tras haber conquistado las cumbres más altas y peligrosas del mundo. “Ahora estoy en mi 15º ochomil, el más complicado, el reto más grande de mi vida, que es educar a mi hijo”, nos contó.
En otro viaje en tren me gustaría que me tocara enfrente de Aitana Bonmatí o Gioconda Belli.














