El año pasado escribí «El cansancio del viejo y envidioso webcomiquero», un artículo que, a su vez, era una respuesta a otro texto que escribí anteriormente, «El pesar del viejo webcomiquero». En ambos hablaba de mi recorrido en los webcómics, desde «Las Paridas de La Guarida» hasta «Zodiac». Y ambos eran textos muy agridulces, siendo consciente de que no me sentía a la altura y que, además, enraizó en mí una envidia contra la que aún estoy peleándome, pero también es verdad que trajo cosas buenas, como nuevas amistades y aprender más del oficio.
Hoy, día 12 de mayo, es el Día del Webcómic. Un día que debería ser de celebración, de recomendar webcómics y de promocionar los propios.
Para mí, sin embargo, es un día que me recuerda mis fracasos.
Me parece que, al final, sí que va a ser una costumbre esto de poner mi resumen personal del año en mi blog. Ya que lo resucito de vez en cuando, qué menos que tenga algo que sea una constante, aunque sea a finales del año que toca.
Empiezo comentando que el mundo en el que vivimos es cada vez menos agradable, por ponerlo de alguna manera. Ese cambio climático con puntos de no retorno, por ese continuo ascenso de la derecha que ya se vino advirtiendo de hace años (aunque hubiese quien lo ignorase o, peor, quisiese beneficiarse de ello, como todos esos puñeteros tecnobros en la estela del Peor Divorciado de la Historia), el completo desprecio por los Derechos Humanos y la complicidad con los genocidios que llevan tanto tiempo cometiéndose. No quiero aislarme de eso, porque es la realidad en la que vivimos y hay que seguir luchando, solo que no comentaré sobre ello en parte por ignorancia, en parte porque estos resúmenes se centran en lo personal.
Aún recuerdo cuando, antes de entrar en la universidad, leí en una de estas revistas de manga que tanto proliferaban (la Minami, si no me equivoco) sobre «Usagi Yojimbo», de Stan Sakai, porque a veces también hablaban de algo que no fuese manganime. La cuestión es que el diseño del personaje me sonaba y, según leía el artículo, resultaba que Sakai es amigo de los creadores de las «Tortugas Ninja»… y me vinieron los recuerdos muy vagos de su fugaz aparición en la serie animada de los 80 y más nítidos de su figura de acción las veces que me había quedado plantado delante de la sección de juguetes cuando iba con mis padres de compras.
Es curioso lo que voy a decir, pero sí, no sabría de Miyamoto Usagi sin las tortugas o, al menos, no me habría interesado tanto en descubrir al personaje a través de un artículo escrito por alguien que sabía de lo que hablaba pero que se mostraba condescendiente y no dejaba de soltar pullas contra cualquier manga para cantar las alabanzas del conejo samurái. No soy fan de esa clase de actitudes.
Así que cuando vi que en una de las pocas tiendas de cómic que conocía estaba el tomo de «Segadora», del que tan bien se hablaba en ese artículo, no dudé en pillarlo. En aquel momento, solo se habían publicado la etapa de Mirage completa y parte de la de Dark Horse en España (aún quedaría para que trajesen los primeros, los de cuando se publicaba la serie en Fantagraphics), por lo que era curioso pillar el tomo más reciente en nuestro país en aquel entonces, sabiendo que había tantas historias antes.
Uno pensaría que, con ese precedente, me perdería en el maremágnum de nombres y referencias a historias previas…
Este tomo lleva conmigo 24 años, que se dice pronto…
Pero ¿sabéis qué? Me encantó. No conocía a los personajes (no voy a decir eso de que al menos a Usagi lo conozco de estar con Leonardo y compañía porque mis recuerdos de aquello son borrosos en el mejor de los casos) y el tomo empezaba con el mito de la creación según las leyendas japonesas, hasta llegar a la espada Kusanagi, la Segadora. Y de ahí una trama de conspiración política, una bruja y su lacayo, un joven señor feudal que va a mostrar sus respetos al nuevo shogun acompañado de su mejor guerrera y consejera, un general caído en desgracia que busca venganza, un psicópata que dice ser mensajero de los dioses, un cazarrecompensas que solo piensa en el dinero… y, en medio de todo, Miyamoto Usagi, el samurái errante sin señor (o ronin) de orejas largas.
Tengo una espina clavada desde hace tiempo, mucho tiempo… y es algo que le debo a la autora del cómic del que voy a hablar hoy.
Igual que con Sergio Gallardo, no es la primera vez que hablo de la obra de NIxarim, hace mucho hablé de «Proyecto Jhakeva», pero el cómic del que voy a hablar, «Lightbringer», está a años luz de lo que fue aquella historia. El ver a una artista y amiga crecer como lo ha hecho Nixa a través de este cómic, a través de su Lucifer, su Lilith, su Asmodeo… es algo que, hasta ahora, no sabía cómo expresarlo.
Xana tiene 32 años, trabaja en una oficina y por la tarde-noche se pone a escribir esa novela que nunca parece que va a terminar. Todo ello mientras siente que la vida adulta es una mierda, que no la valoran lo suficiente y que es mejor ser una cínica nihilista con tendencia a la apatía o, en ocasiones, al autodesprecio y autosabotaje antes que rendirse ante la sociedad. Ah, y sus pensamientos intrusivos han tomado la forma de Patxi, un pequeño paquicefalosaurio un tanto capullo.
Este es el planteamiento del último cómic de Sergio Gallardo. No es la primera vez que hablo de su obra, ya comenté los dos primeros tomos de «El Efecto Ícaro». Aquí, en vez de hablar de gente con poderes que tiene que seguir con su vida o darle un nuevo giro, habla de algo más cercano para mucha gente, de acabar exclamando «¡soy yo literal!». Habla de pertenecer a una generación que tiene que lidiar con un mundo que otros antes han dejado para el arrastre (y no parece ir a mejor) y, entre medias, intentar crear algo que deje huella o, al menos, que alguien le eche un vistazo.
Hace casi 5 años escribí un artículo, «El pesar del viejo webcomiquero», que hablaba de cómo me sentía en aquel 2019 sobre el seguir o no con los webcómics, haciendo un repaso de mi trayectoria (no tan estelar para alguien que estuvo 12 años subiendo cómics a Internet, varios de ellos con guion ajeno) y de lo que podría depararme el futuro. De forma similar al post que escribí en diciembre, que era una revisión de otro que escribí a finales de 2020, este que tenéis aquí es una revisión de aquel de principios de 2019.
Han pasado, ya digo, cinco años, y las cosas han cambiado, pero sobre todo yo he cambiado. Soy más viejo y, creo, más sabio, he abrazado partes de mí que antes no quería admitir, pero que hay que entender que están ahí, nos hacen quienes somos, y debemos conocerlas para poder aspirar a ser mejores.
Así que este post tiene varios apartados en los que iré desarrollando, tomando como base el texto anterior.
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Etiquetas: vida personal, webcómics
Categorías : Mai laif, Webcómics
Advertencia: el siguiente texto contiene menciones sobre salud mental (concretamente estrés, autoestima y suicidio)
Hola. Llevo más de un año sin actualizar este blog, aunque ya desde antes lo actualizaba de Pascuas a Ramos… Y han pasado bastantes cosas, aparte de que este es el lugar más idóneo para poder hablar de lo que quiero comentar hoy. Tiene algunas reminiscencias de aquel artículo que subí sobre cómo me había afectado 2020, el primer año de la pandemia de COVID, porque en estos años ha pasado de todo, pero casi siempre vuelve a lo mismo o algo parecido o derivado…
… Porque este post va sobre salud mental, sobre juegos de rol y sobre Maggie Cid.
Así que, sin más dilación, voy a lo que voy. Ya tenéis la advertencia más arriba, así que sabéis a lo que venís.
No todos los héroes llevan capa… ni todo aquel que lleve capa tiene por qué ser un héroe. Ni toda historia con gente que tiene poderes, los hayan adquirido de la forma que sea, tienen que ser superhéroes.
«El Efecto Ícaro» es un webcómic, que también cuenta con versión impresa, que parte de esa premisa: gente con poderes, aprovechando sus nuevas habilidades para seguir con su vida, clamar venganza, hacer el bien (o algo que se le parezca) o, simplemente, sobrevivir. No te conviertes en superhéroe o supervillano por estar en el sitio adecuado en el momento preciso y conseguir poderes. En este caso, ese lugar y ese momento es la presentación de un experimento en un teatro de la malagueña y ficticia ciudad de Álamos.
Aunque ya tuvo una primera versión hace años, Sergio Gallardo, su creador, ha revisitado a sus personajes y situaciones, cambiando algunas cosas, ampliando otras y añadiendo bastantes nuevas a la mezcla. Sea con su propio dibujo o con el de Jonathan Cañamero, ya os digo, como alguien que leyó la primera versión hace bastantes años, que la mejora es muy notable. Esta es la historia… bueno, conjunto de historias, de alguien que se ha peleado con las viñetas durante mucho tiempo y ha encontrado la mejor forma de volver con su proyecto estrella.
En ambas versiones, como digo, vamos a tope con este concepto de gente con poderes. En vez de caer en la más imperante tendencia, cínica y de falsa madurez, de los «superhéroes realistas» (que tampoco es que sea algo actual, pero la versión televisiva de «The Boys» la ha traído de vuelta y con fuerza), «El Efecto Ícaro» no busca regodearse en burlarse de los superhéroes, pese a ser un género que no atrae a Sergio. No, solo quiere contar cómo afecta a la gente ordinaria tener poderes extraordinarios y qué hacen en consecuencia. Son historias humanas con habilidades que no lo son tanto, y se complementan a la perfección.
Hablar de «Cartones PERROS» no es fácil. Nunca lo ha sido. Provoca una mezcla de extrañeza, satisfacción y ceños fruncidos.
Cuando vi cómo los artífices detrás de la cuenta de él, el Chocu (y del videojuego, del que ya hablé en este blog), empezaron a subir tiras a Twitter… bueno, no me extrañó, la mayoría venían del mundo del webcómic (recordemos que el mono debutó en la ya muerta y enterrada Subcultura). Tampoco me sorprendió que fuesen experimentales y absurdos, ya que era algo que habían ido depurando con los años, nuevamente, gracias al Chocu. Ni tampoco que fueran consiguiendo fama.
Lo que me sorprendió fue… que me gustase tanto. Aun con sus altibajos, que son bastantes, LOS AUTORES se las apañaron para crear una serie de tiras y personajes que respiran, transpiran, cagan y otras funciones vitales. Habían dado vida a una serie de estrambóticos personajillos, desde niños coñones hasta asesinos en serie majísimos, pasando por lo que quiera que sea Don Cuck. De eso ya hablaré cuando toque…
«Cartones PERROS» llegó hasta convertirse en una apuesta para la editorial Fandogamia. Aunque algo me dice que hasta la Gran F sabía que PERROS es demasiado especial, y lo que funciona en Internet igual no funciona impreso. Y por eso lanzaron el Croufando de rigor, junto a «Sácamelo todo (las tiras completas de Mr. Prolapso)», con sus recompensas y con un añadido interesante: un pequeño zine llamado «El fin de Cartones PERROS», del que también voy a hablar aquí.
Pero bueno, ya está bien de tantos rodeos… ¿Qué es «Cartones PERROS»?
Ah, sí, 2020, ese año…Anda que no va a dar para hablar en el futuro…
Ya sé que hay gente que ve lo de los resúmenes del año como algo innecesario, porque el año es un concepto humano, qué sentido tiene, bla bla bla… Pero con el coronavirus la cosa ha cambiado muchísimo, y será un concepto humano y tal, pero 2020 se ha convertido en un año para olvidar que, por ironías del destino, recordaremos durante mucho.
Así que me parece adecuado hacer una retrospectiva de lo que ha sido este año 2020. Precisamente por lo bueno y por lo malo que nos ha traído, y porque necesito hacer un balance: quiero pensar que no todo ha sido negativo, que hay algo positivo. Entre la pandemia, el estrés y la maldad de ciertas personas, hay algo de luz y de esperanza, algo bonito que te haga sonreír…
… Que me haga sonreír.
Por tanto, es hora de darse la zambullida en este resumen, que en realidad será un señor tocho, porque hay cosas que no cambian.
El muro de Charlie Draug 
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